Esto ocurrió no hace mucho tiempo en un viaje que culminó una noche en Saint-Émilión, donde un grupo de catadores fuimos agasajados por los viticultores del lugar. Sain-Émilión es un pueblo milenario, ubicado al sur de Bordeaux, que integra con el Medoc, Pomerol y Graves la renombrada zona de los vinos tintos más famosos.
En medio de la comida, se acercó a la mesa que compartíamos con colegas, un joven agricultor y pidió permiso para sentarse con nosotros. Por supuesto que le hicimos lugar y aprovechó para presentarse sosteniendo que estaba a cargo de guiarnos en la degustación de los vinos. Teníamos en ese momento cinco botellas en la mesa. En un momento se levantó y trajo la sexta. Era un Angelus.
- Este vinos no lo he probado, es uno de nuestros vinos estrellas - nos advirtió
Descorche y las copas: era realmente un elixir. A la vista podía apreciarse un color oscuro, intenso, con unas lágrimas marcadas. En nariz había un intenso aroma de bosque. Al paladar se destacaban frutos secos, tabaco, con fuerte tanino pero muy sedoso.
Servimos la copa de nuestro amigo y coincidió con nosotros, pero agregó como excusándose, ante nuestra sorpresa:
- Es excelente. Vale tanto que solo gracias a ustedes puedo probarlo.
El Angelus es uno de los vinos de más prestigio de Saint-Émilion y está catalogado como Premier Gran Cru Classé “A”. Al día siguiente visitamos la bodega y departimos con enólogos que gentilmente nos ilustraron sobre aquellos vinos sobresalientes. En un lugar especial descubrimos la botellas de las cosechas míticas, aquellas excepcionales que se mantenían con un marco dorado. Entre esas botellas, había una de la cosecha 1996.
Ese era el vino, de esa cosecha, el que habíamos probado la noche anterior, gracias a los buenos oficios de un viticultor de Saint-Émilion.
Un vino mítico había salido a nuestro encuentro. Nos quedó la foto para el recuerdo.
Ricardo Brizuela
12 de abril de 2014